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CAPÍTULO 1
Estaba
llovido bastante ese día, mi móvil no tenía cobertura en este antro de colegio,
por lo que no podía pedir un taxi y el autobús no pasaba hasta dentro de dos
horas por la puerta del viejo edificio, por llamarlo de alguna manera. Como
odiaba aquel sitio. Peor que la cárcel, allí al menos te ponen algo más
parecido a la comida. No quería perder mucho tiempo más en el porche, resguardándome
de la lluvia, así que puse mi cartera sobre mi cabeza, y eché a correr hasta
llegar a una cafetería. Tardé alrededor de cinco minutos, pero ese tiempo, bajo
la lluvia, se hace eterno.
Una vez dentro, donde sí funcionaba la
cobertura, llamé a casa para que pasaran a recogerme, a lo que me saltó el
contestador y, frustrada, me obligué a entrar en el aseo y ponerme la ropa que
había usado en gimnasia para no llevar la ropa mojada puesta. Al salir me senté
en el primer sitio que pillé, a mitad del local, lo más lejos que pude evitando
las frías ventanas que daban vista a la calle. Cuando parase un poco saldría,
para no volver a mojarme tanto. La ropa la guardé en una bolsa, evitando que
hiciese contacto con los libros, y al asegurarme de todo aquello levanté la
mano para pedir.
El camarero me miró sonriendo y asintió. No
era un hombre joven para mí, pero tampoco se le veía demasiado viejo, quizá
tendría entre 28 y 34 años. Al poco se escuchó el sonido de la puerta al
abrirse, además de escucharse con mayor fuerza el sonido de la lluvia. Yo
revisaba los mensajes y los correos en el móvil mientras esperaba mi café,
estaba tan concentrada que no me percaté de su presencia.
Por el rabillo del ojo pude ver a un chico
alto y rubio. Era raro ver a alguien así, por lo que alcé la vista. Se había
sentado en la mesa de mi izquierda. Me quedé completamente embobada, mirando
sus rasgos, y sus ojos castaños, que comenzó a mirarme también. Mi mirada era
seria y neutral, no mostraba emociones de ningún tipo.
A los pocos segundos llegó mi café a la
mesa. Le eché el sobrecito de azúcar y lo removí para evitar quemarme. Cuando
parecía algo más frío le di un sorbo; aún estaba algo caliente, pero con una
temperatura soportable. Aquel chico me seguía mirando, con curiosidad y con una
sonrisa en la cara. Lo primero que pensé fue que se estaba riendo de mí.
Cerré los ojos instintivamente, no quería
mirarle, así que seguí removiendo el café y bebiendo de poco en poco. Noté como
esa persona se levantaba, y escuché el chirrido que se produce al arrastrar una
silla demasiado cerca de mí. Abrí los ojos y me encontré con sus ojos castaños.
Me sorprendí, sinceramente, y me sobresalté un poco.
-¿Se te
ofrece algo? -pregunté de manera impasiva y tranquila.
-Me
sorprende ver a una señorita tan guapa por esta cafetería de mala muerte, eso
es todo. Tengo... cierta curiosidad.
-Esta
"señorita" prefiere resguardarse de la lluvia a esperar por el
autobús.
-No has
traído paraguas, ¿verdad?
-No es
asunto tuyo.
El chico sonrió, cerrando sus ojos a causa
de esto, él sabía perfectamente que no traía un paraguas conmigo. Su sonrisa me
parecía preciosa, pero giré la cabeza terminando mi último trago de café.
-Hay mucho
rufián suelto, espero que tengas una tranquila vuelta a casa, princesa -dijo
apoyando el codo en la mesa- Te acompañaré hasta tu casa.
-Vivo muy
lejos, tengo que coger el autobús -dije cortante.
-Pues
esperaré al autobús contigo, ¿te parece?
-Puedes
hacer lo que te plazca, es un país libre.
El chico se rió ante mis palabras y pidió
una Coca-Cola. Me mantuve callada todo el rato, no pensaba entablar una
conversación a no ser que él comenzase a hablar. Miré el reloj, faltaban 20
minutos para que llegase el autobús, y localicé mis cosas para tenerlas a mano.
Él tenía mi móvil en sus manos, como si nunca hubiese visto uno.
-Deja eso
-intenté quitárselo, pero me esquivó- Es privado.
-Es
divertido... Cógelo -se dedicó cinco minutos a ponerme el móvil delante y
retirarlo cuando lo iba a coger.
-Venga,
dámelo, dentro de poco va a venir el autobús y... Ah, ha dejado de llover.
Él miró por la ventana y yo aproveché para
quitarle mi teléfono. Victoria, pensé.
-¡Tramposa!
-exclamó.
-Ladrón
-musité.
-Qué
remedio, me tendrás que dar tu número por compensación.
¡Tendrá cara! Cogí mis cosas y pagué por el
café. Salí por la puerta. Es verdad que ya no llovía, así no tendría que
acompañarme. Salí por la puerta y me giré para despedirme, pero lo tenía
delante; creo que aún si no llueve, me acompañará.
Tragué saliva. Era realmente alto, deberá
medir entre 175 y 185 centímetros. Impresionaba a la vista, ya que su cara
portaba los rasgos de un gangster británico y un mafioso italiano. Cuando pocos
minutos antes lo había visto sonreír no me pareció tan... intimidante. Daba
hasta miedo. Me cogió de la cabeza y me empujó hacia fuera.
-¿Quieres
perder el autobús, preciosa?
-Demasiado
tiempo he perdido ya contigo como para perderlo más.
El chico volvió a sonreír, no tan alegre
como antes. Él iba tres pasos más adelantado que yo, y yo iba mirando el suelo.
Llegamos a la parada del autobús a pocos minutos de que pasara. Él se giró para
verme y me despidió con una sonrisa.
-Adiós
preciosa, espero que nos volvamos a ver -dijo acercándose a mí y dándome un
suave beso en la mejilla.
Mi corazón dio un vuelco; él se alejó a
paso ligero por la dirección que habíamos venido, girándose un par de veces
para alzar la mano y volver a decirme adiós. Yo estaba tan distraída pensando
en el beso en la mejilla que después de que ya se hubiese ido levanté la mano y
le despedí. Me rocé el sitio en el que me había besado. Aún sentía la presión
de sus labios tocando mi piel y un rubor subió hacia mis mejillas. Cuando llegó
el autobús me subí y pagué, aún algo atónita por la anterior situación. Mi
corazón latió nuevamente al recordarlo.
Creo que iba a ser una tarde muy larga.
MUY BUENO CONTINUALO
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