- Twitter: @Selene_Arizza
- Tipo: Infinite, hetero (entre idols y fans) menores de 18 (salvo un único capítulo), serial
CAPÍTULO 1: PERDÓN SEÑOR EXTRAÑO, BIENVENIDO A MI VIDA
Mis pensamientos divagaban en el
pasado, caminaban por los paisajes que apreciaba a través de los gruesos
cristales de la ventana, fluctuaban entre el traqueteo del tren. Mis ojos
estaban abiertos, pero mi mente se hallaba muy lejos de aquel sitio, fuera de
aquel vagón y fuera de aquel momento.
-“Attention please: you are arriving to the next stop…”
La voz metálica resonó por todo el
tren, alertando a algunos, despertando a otros muchos, para acabar siendo ignorada
por la gran mayoría. Yo me encontraba en esa gran mayoría, para los cuales aún
quedaban varias horas de viaje hasta la capital. Suspiré y continué apoyada
sobre el respaldo del asiento… Recordando. “Hace diez años, todo era tan
diferente…”
Hace diez años yo era una niña
que apenas acababa de cumplir los nueve. Sin embargo, no soñaba con ser
princesa, ni con tener caballos, ni siquiera deseaba tener los juguetes de
moda. Solo deseaba ver a mis padres.
En el orfanato no me hablaban
de ellos, me daban de comer, me cuidaban y me educaban con esmero junto a los
demás niños, pero apenas se dirigían a mí. Lo único que me explicaron era que
mis padres se habían ido lejos, tan lejos que nunca podría alcanzarles, pero
ellos querían estar conmigo, y me querían. Jamás mencionaron su muerte, pero yo
sabía que se trataba de eso. Nunca añadieron nada más; y yo me acostumbré a no
preguntar.
Por lo general, escuchaba,
atendía y estudiaba en clase. Comía bien, y leía mucho. No tenía amigos allí,
no éramos muchos niños, y yo era la única chica. Ellos jugaban al fútbol y a
“cosas de chicos”, de las que siempre era excluida. Me acostumbré a no hablar.
Así, me convertí en una persona
silenciosa, tímida, soñadora. Con grandes conocimientos de todo y sin ninguna
experiencia de nada.
Sonreí al recordar todo aquello.
“Si pudiera volver atrás y hablar con mi yo pasada…”
La rutina del orfanato se vio
interrumpida por la súbita aparición de Nana en mi vida un año más tarde. Ella
era la hija de la cocinera jefe, una especie de madre para todos, pero que al
ser yo la única niña allí, me trataba con un cariño especial, y me defendía
frente a todos los demás.
La madre de Nana nos presentó
enseguida y nos animó a hacernos amigas, con la excusa de que el año próximo
estaríamos juntas en clase. Aunque yo fuera callada y tímida, Nana era todo lo
contrario. Rápidamente comenzó a hablar y a hacer bromas, a idear planes y
proponer retos. Yo reía y asentía, arrollada por su vitalidad y simpatía.
Ese verano recorrimos cada
recoveco del orfanato, encontrando e inventando historias en cada rincón. Luego
espiábamos a los profesores y cuidadores, intentando descubrir sus secretos y
buscando respuesta a preguntas que no contestaban. Al final del día nos íbamos
al ático, a contemplar las estrellas, mientras repasábamos la jornada e
ideábamos nuevas aventuras.
Según se iba acercando el
otoño, Nana parecía más preocupada. No pregunté, pues no solía hacerlo,
simplemente esperé a que me contara qué pasaba. Sabía que no podría aguantar
sin soltarlo, y así fue. Un día, a finales de septiembre, Nana se giró
bruscamente y me miró desafiante.
“- No vamos a cambiar. No
nos separaremos. A partir de ahora somos hermanas. Hermanas de verdad, así que
no importa donde vayamos, seguiremos estando unidas.”
-“Va-vale…”-Añadí dudosa por la
súbita tensión.
-“Promételo, no nos vamos a
separar.”- Sin saber muy bien lo que hacíamos nos prometimos estar juntas
siempre.
Realmente, no supuso ningún
problema mientras continuábamos en el instituto. Estudiábamos, comíamos e
íbamos a clases juntas, nos separábamos para ir a dormir, y a la mañana
siguiente nos volvíamos a ver.
El verdadero problema surgió
cuando ella fue mayor de edad. Su padre trabajaba fuera, en su país natal, y la
recomendó que estudiara en una universidad de allí. Tras grandes debates,
dudas, enfados, y nervios, bajo la influencia de su familia, decidió hacer caso
a su padre. Aquel verano viajó allí, y comenzó a estudiar arqueología e
historia.
La eché mucho de menos, aunque
afortunadamente nos solíamos llamar a menudo. De esa forma, los años que me
quedaban en el instituto se me hicieron rápidos y ligeros. Antes casi de darme
cuenta, superé bachillerato y había cumplido la mayoría de edad.
Despedirme del orfanato no se
me hizo especialmente duro, pues toda la gente que realmente me importaba
estaba fuera de esos muros.Me sentí libre, sin tener que seguir sus estrictas
normas, libre de elegir lo que comer o la ropa que ponerme, libre para poder
salir de noche, opinar y reír lo fuerte que quisiera… Ese fue el comienzo de mi
vida.
Cogí el autobús hacia el
aeropuerto, releyendo una y otra vez la carta que Nana me había enviado:
“¡Señorita! Ahora que por fin
vas a ser libre, ¿te vendrás aquí conmigo, verdad? ¡Me siento sola! (inserte
aquí pucheros/caritas tristes). Además este país es precioso, y muy
interesante. Te tengo que enseñar tantas cosas… No te imaginas. Vente, vente,
¡vente ya! ¡Quiero verte!
“Te mandaré el billete de avión
tan pronto como sea posible. Te reservaré para el día 24, los detalles te los
digo por teléfono, eso sí, te estaré esperando aquí cuando llegues, con una
gran pancarta, o mejor… ¡Una gran tarta de chocolate! Sí, creo que eso es
mejor.
“Ya verás mi apartamento, te va
a encantar, es muy cuco. ¡Qué ganas de que llegue el 24!”
Y así fue, me recibió con una
gran tarta de chocolate, que procedimos a devorar en cuanto llegué. Ese día
hubo muchos abrazos, risas y llantos y muchas historias que contar. Nuestra
conversación se prolongó hasta más allá del amanecer, cuya luz llegaba hasta
nosotras a través de las ventanas de su apartamento en un 30º piso con vistas
magnificas.
Comencé a estudiar el idioma, y
mi carrera de farmacia. Ella trabajaba para el Estado en trabajos de excavación
arqueológica. La vida allí era totalmente diferente, y me encantaba.
-“Attention please: you are
arriving to the next stop: Seoul.”
“Ahhh, Seúl ¿me has echado de
menos? Ya he vuelto de mis vacaciones, no te preocupes.” Pensé con una sonrisa
mientras me estiraba ligeramente, y tomaba un poco de aire en el andén.
-Bien… ¡vamos allá! – Me
dije a mí misma.
Comencé a caminar con fuerza hacia
la salida, con una sonrisa en la cara y con energía para afrontar todo aquello
se me viniera encima. Literalmente.
No caminé dos pasos cuando choqué
contra alguien que iba corriendo por el andén. Resbalé y caí había atrás,
desequilibrando a aquella persona que tropezó con mis pies y se abalanzó sobre
mí sin poder evitar la caida. Cerré los ojos con fuerza y aparté la cara hacia
un lado. Sentí como apoyaba su mano rápidamente en el suelo, frenando su cuerpo
y seguidamente oí un crujido extraño. Abrí los ojos temiendo que se hubiera
hecho daño, y lo encontré a varios centímetros de mí, mirándome con una
expresión muy seria y adusta, que me hizo querer morir de vergüenza allí mismo.
Me quedé sin habla, su fría mirada
era tan amenazante como bella. Sus ojos negros parecían no tener fondo, y eran
muy grandes, aun siendo rasgados. Sus pestañas eran largas y espesas, su nariz
tenía un perfil perfecto, y estaba muy bien definida, al igual que sus labios,
mullidos y sonrosados. Parecían muy, muy suaves.
-Ejem…
Se incorporó fácilmente, con una
agilidad tremenda, como si estuviera haciendo un paso de baile, y me cedió su
mano para ayudar a levantarme.
-Ah, gracias…Lo…lo siento. ¿Estás
bien?
Él me miro seriamente, volvió la
cabeza hacia el tren, y volvió a mirarme seriamente. Sentí un nudo en el
estómago cuando volvió hacia mí su mirada. Era alto e indudablemente guapo.
-Yo sí; mi cámara, no.
Por primera vez me fijé en la
cámara profesional que llevaba colgada de su hombro. Tenía un objetivo enorme…
Y la lente fracturada. Sentí cómo todo el calor de mi cuerpo subía a mis
mejillas. Agaché la cabeza y le reverencié varias veces seguidas, pidiendo
perdón.
Él resopló, mirando hacia otro
lado. Tras unos momentos, sacó un bolígrafo y escribió algo a toda prisa en un
pequeño papel. Me lo lanzó sin perder un segundo y añadió:
-Llámame el lunes sin falta, y
solucionemos esto. Hoy no tengo tiempo… -Se dio la vuelta para irse, pero
antes, me indicó con una mirada glacial: Asegúrate de llamar.
-Sí. Gracias.
Se alejó a toda prisa hacia el
tren, sin dejar de agitar la cabeza y resoplar malhumorado. Yo cogí el trozo de
papel que me había dado, allí estaba escrito su número y su nombre, con trazos
rápidos y descuidados. Alcé la mirada una vez más para verle marchar,
recordando nuestro abrupto encuentro, su belleza y su voz. Sonreí y me guardé
bien el número de aquel hombre: Kim Myungsoo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario